Mejor quinientos puntos de sutura

Hace unas semanas, en este mismo suplemento Cultura/s, el compañero Daniel V. Villamediana argumentaba la sumisión de la mayor parte de las series de televisión a la narración en detrimento de los aspectos formales, cómo todo parece fiarse a atrapar al espectador con la historia, mientras que los recursos para experimentar con métodos diferentes a la hora de exponerla y desarrollarla (en este caso, por medio de la edición y la puesta en escena) raramente se explotan. En definitiva, dictadura de la fórmula, el secuestro de la atención por la línea de menor resistencia.

Aunque obviamente la literatura es un lenguaje distinto, la reflexión resulta pertinente al abordar los relatos de Amy Hempel (Chicago, 1951), de esquiva catalogación, una bofetada a los principios de cualquier manual de escritura, sorprendentes, desconcertantes incluso, y todo esto en gran medida porque la narración, entendida como una sucesión de acontecimientos que nos llevan del punto A al punto B con la evolución y la resolución como ingredientes casi por defecto, queda por sistema en un segundo plano, cuestionada en sus plasmaciones habituales o directamente desterrada.

Cuentos completos reúne los cinco volúmenes de la narrativa corta, incluyendo el último e inédito hasta el momento en castellano, Cántale , de una deconstructora del género, una pirómana de sus anquilosadas estructuras. Lo dicho no significa que la autora no nos cuente nada, a veces hay contenido y arco, en otras muchas ocasiones, en cambio, la pieza es una anécdota, una ocurrencia o un apunte que ocupa unas pocas páginas, pero todo radica en cómo nos lo cuenta, en esa primera persona recurrente que observa el mundo desde un distanciamiento irónico o un asombro divertido, que desarticula el dolor desde un humor lleno de ingenio o que simplemente disfruta certificando que la vida es absurda, asombrosa, una alternancia continua de dones y reveses que cabe tomarse con filosofía.

¿Algunos ejemplos de lo que podemos encontrar bajo la chistera de Amy Hempel, actualmente profesora de escritura en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en la Universidad de Princeton? Seguramente uno de los mejores relatos dentro de un relato de la literatura americana contemporánea, aquel idóneo para disuadir a un suicida a punto de saltar al vacío y que sintetiza la tragicómica mirada de la autora al convertir lo peor en lo mejor (El hombre de Bogotá ) O la inolvidable confesión de una mujer que necesita cambiar de casa sin descanso y en el que anida una de esas frases que valen por todo el conjunto: “ Tres mudanzas equivalen a un incendio” ( ¿Por qué estoy aquí? ). O un viaje en coche que recela su talento para abrir nuevas vetas en las a priori saqueadas minas del amor, relato titulado a partir de un epitafio digno de Groucho Marx ( Hoy tendré un día tranquilo ).

Y luego está La cosecha , claro, analizado y destripado en un sinfín de talleres literarios, donde su responsable filtró el accidente de moto que casi le cuesta la vida con dieciocho años y que lleva encapsulado sus propias recetas para armar una historia: “ Una de mis piernas necesitó cuatrocientos puntos de sutura. Cuando se lo contaba a la gente, se convertían en quinientos porque nunca nada es tan malo como podría serlo. Los cinco días que tardaron en saber si podrá salvarme la pierna o no los alargaba a diez”.

Más de seiscientas páginas que son a un tiempo laboratorio de experimentación sobre el cuento y una estimulante visión de la existencia como una catástrofe relativa que cabe afrontar con el mismo sentido del humor que demuestra Hempel al idear este lema para una agencia de viajes: “Nunca arruinamos sus vacaciones adrede”. En la pieza Y no nos dejes caer en la estación de Penn leerán: “Todo lo que puedas imaginarte va a ocurrir en este relato. Además de otras cosas que ni te imaginas”, pero, por defecto y para todo el conjunto, sólo deben creerse lo segundo.